El poeta T. S. Eliot no lo pudo ver más claro: «los hombres pretenden hacer sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno«. Se trata por tanto de los hombres -y mujeres-, no de los sistemas. En una sociedad sistémica, la estructura moral individual nos puede sonar a fábula. Pero es la única fábula que puede mantener en pie el teatro de la vida. O la imaginación del Sapiens que diría Harari. Si todo es imaginado, nada diferencia el halo divino en el Sapiens de las sociedades mercantiles. La vida se limita al sueño de Calderón. Nada existe, por tanto, fuera de la carne, del hierro y de la sangre. Tampoco los sistemas.
Sigue leyendo Sistemas perfectos. Hombres educados