Mi amigo Marco ha escrito una carta. A los ciudadanos de Europa. Lo ha hecho a cuatros manos con Benedetta. Que también es lombarda. Y que en italiano suena a deliciosa ópera del novecento: Carissimi cittadine e cittadini d’Europa. Ninguno de los dos vive en Italia y los dos están casados respectivamente con una austriaca y con un alemán. Y sus hijos son europeos. Ni más ni menos. Junto a ellos han embarcado a otras setenta y pico familias que respiran igual por la herida europea. También al que esto escribe. La carta la hemos publicado en coreuropa.com y está disponible en inglés, francés, alemán, italiano y español.
La iniciativa de Marco y Bernedetta es uno de esos movimientos no subvencionados que auguran a Europa futuro más allá de consejos, de euros y de funcionarios. Como también lo es el grito de solidaridad que organizaciones cristianas, bajo el paraguas de la federación europea IXE (Iniciativa de Cristianos por Europa), han tejido para reclamar un horizonte más ancho y más largo que el de las próximas elecciones. Es la voz de la sociedad civil europea, que si se quiere, se puede escuchar para luz y guía de muchos ciegos.
El coronavirus, entre otras, destapa una paradoja letal. Mientras el virus no conoce frontera alguna, ni física ni política, el peso de la respuesta se centra en las naciones. Incluso compitiendo entre ellas. Incluso dentro de la misma Unión Europea. Ese repliegue de los estados es la negación política del principio de solidaridad. Pero también del principio de subsidiariedad que aconseja prudencia y realismo en la toma de decisiones. Los dos son los pilares que sustentan la acción por el bien común, como recoge magistralmente la Doctrina Social de la Iglesia. Y que, combinados con el principio católico-universal, nos empuja fuera de nuestro contexto cultural y lingüístico para crear una civilización nueva.
Si ciertamente las amenazas de nuestro tiempo tienen naturaleza porosa, es decir, inmunes a cualquier frontera. Así deben de ser las respuesta. Como obra de amor y siguiendo el más práctico de los sentidos. La vuelta al principio católico.