La memoria de Franco

Entrada de la Embajada de España en el Vaticano. Representación diplomática más antigua del mundo, fundada por los Reyes Católicos en 1480

Mis hijas han nacido fuera de España. Como españolas, y a falta de mamar paisaje y costumbres, tienen que ejercer la hispanidad como el nicaragüense Rubén Darío: «por conciencia, obra y deseo«. Es la patria en toda su etimología. La tierra de su padre.

Ahora que Franco está de moda, nos toca hacer memoria. Y explicar las cosas en familia. Fuera de la secta y lejos de la propaganda. Porque Franco es sobre todo historia, historia española. De la que no nos podemos saltar cosas, si es que queremos dejar una herencia aseada. En la memoria y en el corazón. Así que Franco tiene el mismo tratamiento que otros héroes o villanos. Como en cualquier época, como en cualquier país. También un balance contradictorio es lo que les deja la parte austriaca -por vía materna- desde Maximiliano a Maria Teresa, pasando por Metternich o Francisco José con su Sissi. Personajes con luces y sombras que dotan de savia nacional a un pueblo.

La historia de España es tan fabulosa, tan ancha, tan rica y terrible; que me niego a reducirla en una sola dimensión. Según los unos, o según los otros. Por eso mis hijas han cogido el sueño bajo el villancico heterodoxo de Gloria Fuertes con música del rojísimo Paco Ibáñez. Y al día siguiente hemos marchado al parque por Dios, por la Patria y el Rey con una melodía guipuzcoana compuesta antes siquiera de que Franco existiera. Si no achicamos la memoria, hay gloria para todos -y por supuesto también miseria-. Lo mismo se le aplica al Franco que se puso a salvar judíos en Budapest a través de Ángel Sanz Briz. O al Carrillo que negoció generosamente la integración institucional de un PCE trabucaire y demonizado. Las puntos débiles de los dos, nos los sabemos todos.

Ese sabernos hijos de una misma patria es lo que Alberti escribía al Galopar o José Antonio plasmó preciosamente en La Gaita y La Lira antes de que la guerra se llevara todo por delante. Lejos de sus fronteras, España se ve demasiado grande en su vocación universal -la Hispanidad- como para reducirla a un juego de odios.

Mis hijas han tenido la dicha de pertenecer a una nación gloriosa. De las que dejan huella en la historia y una traza visible en mundo. Es nuestro deber de españoles, reconocer lo que hay en ello de bueno, bello y verdadero. A pesar de Franco, y de todos nosotros.