España se va igualando a Europa. Más donde elegir. Menos bloques hegemónicos. Ninguna mayoría absoluta. Que entren nuevos partidos, que los que estaban pierdan terreno, que nadie gane del todo; es algo que beneficia a la democracia. El voto no es de nadie. Se revalida en cada legislatura. Y en cada legislatura se tiene que disputar de nuevo.
Hace pocos meses vivimos una cosa fabulosa. El PSOE perdió el gobierno andaluz. Después de décadas de régimen dopado. Y cuando la oposición estaba más fragmentada que nunca.
En estas elecciones a Cortes, las participación ha vuelto a dispararse (75,8 % la segunda más alta desde 1978). La gente se ocupa de lo público. Se interesa por lo propio y por lo ajeno. Otra buena noticia.
Siendo cada vez más europeos, obligados a escuchar más y a hablar menos; queda por explorar lo que todavía España no conoce. La gran coalición. Que de tanto usarla se rompió en el corazón de Europa. Pero que España sigue sin estrenar. El momento va llegando.
Pablo Casado ha hecho una campaña seria. Renovando mucho de lo heredado. Proyectando una imagen de futuro. Pero también gestionando una desilusión masiva con el PP. Desde los liberales a los católicos. Un desgaste de décadas que el marianismo no hizo más que dormitar; hasta dejar ir millones de votantes.
Rivera ha vetado personalmente a Pedro Sánchez. Y Casado tiene la oportunidad de oro de demostrar que el PP es un partido de Gobierno. Por encima del oportunismo de Ciudadanos, de la traición del separatismo y creando un perfil propio frente al esencialismo de VOX. Un movimiento de compromiso con España y con su estabilidad institucional. La gran coalición es la revolución pendiente de España. Una regeneración del régimen constitucional español. Un nuevo tiempo político que exige servicio y liderazgo.