Ante una gilipollez adolescente, mi abuelo me decía que, si hubiera pasado la guerra, me ahorraría los tremendismos en política. En Europa llevamos siete generaciones sin conocer una guerra -caso inédito en nuestra historia- y esto explica que nos permitamos cierto lujos. Un Brexit, un Trump o un Podemos no hubieran sido posible en la posguerra. La experiencia del conflicto cruento, de la miseria y de la necesidad; hicieron que del trauma naciera el consenso. Pero ese consenso consistió también en blanquear el comunismo, poner el capitalismo al final de la historia y olvidar el alma cristiana de los pueblos occidentales en pos de la sociedad abierta. Ahí están destilados los ingredientes que han desembocado en la política cotidiana, cuajada de populismos a diestra y siniestra.
Siendo paradójico, el cabreo último que lleva la gente a votar a Podemos-Vox en España o a Bolsonaro-Haddad en Brasil es el mismo. Nos han dejado en pelotas. Hemos perdido la patria. Vivimos como reyes, pero no podemos comprarnos un piso. Nos sangran con impuestos confiscatorios pero necesitamos seguros privados. Nos hablan de acoger a otras culturas, pero desprecian nuestra tradición histórica. Esa falta de Dios y de poesía, de patria y de orgullo, de pan y de justicia; ha desatado a millones de parias en busca de profetas. Y las sociedad abiertas se han cerrado por instituto de supervivencia. Ya no hay gama de grises, sino blanco y negro. Ya no hay posibilidad de elegir bien, como debería de ser la política en sentido moral. Sólo hay posibilidad de elegir.
Quien pastoreó los consensos traumáticos de la posguerra olvidó que sólo desde los principios es posible el consenso. La izquierda olvidó a los obreros y la derecha la tradición. Los unos entregados al gran capital y los otros en brazos del orgullo gay. Por eso izquierda y derecha vuelven con el discurso al límite. Límite que polariza y que los partidos tradicionales tendrán que sujetar. En el mejor de los casos los centros pesarán más que los extremos, como el conservador Kurz frente a su socio Strache; en Austria. En el peor, los extremos arrastrarán al centro como apunta en España el debilísimo gobierno de Pedro Sánchez, apoyado por populistas y separatistas.
De la habilidad de los partidos del sistema para centrar sus prioridades; dependerá la paz y la prosperidad en Europa y América. O eso, o los caudillos populistas. Y con todo, que nos siga faltando una guerra.